Mujō

Mujō (1970)

Masao es el hijo de una familia millonaria, que no quiere seguir la vida de empresario de su padre. Prefiere ir a aprender a esculpir estatuas budistas. Su hermana, Yuri, no se ha casado, y Masao no comprende por qué deben conseguirle un esposo con tanto afán. Sin embargo, en realidad él desea a su hermana, por lo que eventualmente nace una relación incestuosa entre los dos.

Un drama transgresor, con resultados mixtos. La cámara juega mucho con la inclinación de los ángulos, con el movimiento sobre y alrededor de los personajes, y muchos acercamientos a los rostros de los personajes (a lo Bergman). Hay muchas sombras y planos casi que en completa oscuridad. Más que reflejar la transitoriedad de la vida, todos estos aspectos parecen mostrar en realidad el perturbado mundo interior del protagonista, quien por lo demás es un personaje planísimo, como todos. Entre otras cosas, la película se siente el doble de larga de lo que en realidad es, porque el ritmo es lentísimo, en especial durante los dos primeros tercios, que hablan casi exclusivamente del drama familiar de Masao y Yuri. Todo el contenido existencialista entra abruptamente durante el último tramo, lo que le quita cohesión al conjunto final.

mujo 1970
Es destacable el manejo del sonido y la música durante los momentos más importantes de la historia.

Las ideas que expone la película son muy provocadoras, pero no son particularmente profundas. A simple vista, uno puede pensar que el protagonista tiene razón en afirmar que la concepción budista del cielo en realidad significa la nada, porque no hay felicidad, y que, dado que no es un lugar en el que valga la pena estar por toda la eternidad, no existe razón para no entregarse a todos los placeres carnales. Una idea que tendría más solidez si no fuera por la concepción maniquea de la felicidad que tiene Masao, la cual solo se limita a satisfacer sus deseos.

mujo estatua
Se puede decir que triunfa al invitar al espectador a reflexionar sobre la creencia budista, (más aún si se adhiere a ella) pero nada más.

La secuencia del final, con el pez gigante y las piedras, enturbia el significado de los acontecimientos de la película, dando pie a múltiples interpretaciones. El pez puede ser la muerte, el sufrimiento, el sinsentido de la vida, el absurdo de las creencias religiosas, o tal vez, la culpa, que Masao trata de eliminar al sentirse más allá del bien y del mal. Si uno mira más a fondo, verá que en realidad el protagonista está tratando de racionalizar y justificar sus perversiones sexuales dándoles una trascendencia filosófica que en realidad no tienen. Masao en realidad es un hijueputa que destruye la vida de todos los que lo rodean. Y el incesto está mal, incluso dejando a la religión y a la moral de lado, porque ni siquiera ofrece una ventaja evolutiva. No somos la única especie que lo evita. Punto.

La película trata de ser como las de Bergman, visual y temáticamente, pero se queda corta, a pesar de que dura el doble (la cuestión incestuosa recuerda a Como en un espejo), y si bien tiene éxito al ser escandalosa, instigar al espectador y «ponerle el dedo en la llaga», pudo haber llegado a una conclusión más satisfactoria, más redondeada. Es tan incendiaria que al final no deja nada, ni cenizas. Sin embargo, su carácter estilizado hace que no sea carente de interés, a pesar de que no es la obra maestra escondida que algunos (en Internet, hasta donde sé) han pretendido ver.

 

 

 

 

 

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