Non si sevizia un paperino (1972)
En un pequeño pueblo rural en Sicilia, donde la fe católica y la superstición están profundamente arraigadas entre la población, empieza a ocurrir una serie de asesinatos. Todas las víctimas son niños, y pronto el pueblo empieza a sospechar de una mujer que practica la brujería, así como de una joven modelo con problemas de drogadicción, quien proviene de la gran ciudad.
La cámara parece haber sido manejada por un esquizofrénico, al asumir diferentes puntos de vista, moverse de aquí y allá entre los rostros de los personajes, jugar con la profundidad de campo, entre otras cosas, en lo que constituye una elección estilística interesante, pero que distrae y resulta, por momentos, artificiosa. La ambientación de la película juega un papel crucial, ya que aquel viejo pueblo que parece detenido en el tiempo, rodeado de un idílico paisaje campestre, parecería inusual para una cinta de horror. Funciona a su favor en mil maneras, al generar un contraste con el comportamiento primitivo de quienes habitan allí, haciendo que todo parezca más enfermizo.
El guión, ayudado por la edición, recurre constantemente a la figura del falso culpable, al presentar uno por uno varios sospechosos, que muy bien podrían ser el asesino, para luego ir descartándolos, luego de hacerle creer a la audiencia que cada uno de ellos es quien ha cometido los atroces crímenes. La actuación es muy del promedio, nada destacable pero al menos nada malo tampoco (el doblaje pudo haber sido peor), si bien el foco de esta película no son los personajes. Puede hacerse un poco difícil el seguirle el hilo a la cinta, porque está enfocada más en resolver el misterio que en seguir a un protagonista.
A diferencia de otros gialli, la trama del film no es una excusa para mostrar asesinatos sangrientos, y en el guión se procura darle una explicación racional a todo lo que sucede, resaltando los peligros del fanatismo religioso. El horror de la película no reside en sucesos sobrenaturales (a pesar de lo sugerido durante el primer tramo, con los ritos y constantes alusiones a la brujería), sino en las cosas que hace la gente impulsada por el extremismo de sus creencias. Los personajes «inmorales», como la modelo con problemas de drogadicción, el voyeurista, y la bruja, son juzgados injustamente por un pueblo aferrado excesivamente a sus tradiciones, intolerante con cualquiera que no las siga. Este tema, claro, es tratado sin ningún tipo de sutileza ni tacto, tornando la cinta en un feroz ataque a la Iglesia Católica y a las tradiciones supersticiosas.
Aspectos como la violencia estilizada y la desnudez puramente gratuita, que poco aportan a la historia, los pobres pero efectivos efectos especiales (eran los años 70, después de todo), los comentarios irónicos de algunos personajes, y lo retorcido y perverso de la historia, hacen que Angustia de silencio resulte entretenida de ver, si uno no la toma muy en serio, a pesar de que, contra todo pronóstico para una película de explotación (o «serie B»), presenta una dosis de tosca pero al mismo tiempo agudísima crítica social.